Cambio Climático III
Emotivas, pero precisas fueron las palabras de Greta Thunberg en la ONU la semana pasada. “La gente está sufriendo. El ecosistema se está derrumbando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva, y de lo único que hablan es de dinero y el cuento de hadas del crecimiento económico infinito. ¿Cómo se atreven?” Es que la actual emergencia climática y crisis de sustentabilidad no se resolverá dentro de los límites del sistema que la generó. De hecho, aunque los científicos “naturales” han sido, son y serán fundamentales para mostrar los efectos físicos del comportamiento humano, estos podrían tener menos herramientas cuando lo que necesitamos es entender este comportamiento (Gus Speth).
En la economía tradicional este comportamiento se asume de elección racional, con lo que trata a los cuerpos físicos humanos, sus necesidades, su psicología y sus acciones como algo irrelevante (J. Nelson, 2004) De hecho, desde este ámbito se da poca orientación sobre cómo limitar el uso de combustibles fósiles, excepto en función de las preferencias expresadas en los mercados o cuasi-mercados, poniendo énfasis casi exclusivamente en la asignación óptima a través de los precios y los derechos de propiedad.
Sin embargo, estudios experimentales de la economía del comportamiento, la teoría de los juegos evolutivos y la neurociencia han establecido que la elección humana es un fenómeno social, no individual (Gowdy, 2004, 2005). Se ha encontrado que los humanos exhiben regularmente un sentido de justicia que depende del contexto, y están dispuestos a hacer cumplir las normas culturales incluso a un costo económico (lo que hace funcionar el altruismo). De hecho, castigar a quienes no cooperan estimula los centros de placer en el cerebro (Vogel, 2004). Es decir, los experimentos muestran que el homo-economicus no es compatible con ninguna cultura estudiada (Henrich et al, 2001). Más aún, evidencia de estudios con animales indican que estos actúan más de acuerdo con el modelo económico de elección racional que los humanos (Harper, 1982). Otros estudios experimentales muestran que los incentivos monetarios pueden ser un impedimento para el comportamiento cooperativo (Frey, 1997): pagar a los donantes de sangre reduce significativamente las donaciones de sangre (Titmuss, 1971).
Gowdy (2008) plantea que, así como la ética del “consumo como felicidad” se instaló en nuestra cultura a través de recompensas e incentivos que favorecieron el “crecimiento económico” y la quema de los combustibles fósiles. Ahora, las políticas sociales deben enfatizar los aspectos que tiendan a la cooperación, los valores no materialistas y un sentido compartido de urgencia. Las sociedades en donde estos aspectos sean los que primen serán, como históricamente ha sido en la humanidad, las que mejor puedan enfrentar esta crisis y Chile, tiene un largo camino que recorrer en este sentido.